Si sintieras algo así como una ráfaga de amor, sentirías a Charles Baxter relatando con sílabas delicadas frases que recuerdas para repetir en las noches venideras. Oh Charles, cómo no hablar contigo en esos instantes de sueño, cómo no abrir un libro sin pensar en micros, paradas de micros, calles, iglesias, salas de clases, autos, fiestas -sí, cuantas fiestas- y en las mujeres que amaste, o que amamos juntos mientras la música nos dedicaba tres minutos de atención en cuatro acordes. Porque fue así, porque fue tal cual: nos rendimos a la música y desde ese momento supimos que sólo podíamos sentir gracias a ella. Oh Charles, fue todo tan rápido que cuando nos acordamos de un futuro plagado de sábanas y sudor, habíamos olvidado una pequeña promesa que más bien era una declaración de principios. Nosotros no podemos amar, porque sabemos que dentro de todo lo que conocemos y estudiamos y escapamos, jamás podríamos querer cuando fuéramos felices, y que sólo podríamos sentir cuando nadie estuviera a nuestro lado, cuando todos se alejaran. Pero tú, hombre asustado, no sabrás más de lo que sabemos todos. Pero dentro de toda esa música, y de todas las declaraciones de principios está...
Sentado, como ahora, no lograrás nada.
Claro que no, si estás viendo la casa que arrendaste como si ya te perteneciera. Estás suponiendo que todo ya es tuyo, fruto de tu esfuerzo y sacrificio. Pero no es nada. Es sólo una casa básica arrendada en la periferia. Y escuchas de lejos los silbidos de la gente reclamando por algo que ni siquiera dimensionan. Escuchas también a los perros y a un loro que una señora compró con intenciones que todavía no comprendes. Pero piensas que eso es tuyo, que es inferior a ti, a un hombre que viene de vuelta, con intenciones claras y directas, usando el tiempo al máximo y disfrutando de las cualidades que ofrecen los suburbios. Y por eso te sientas, y el perro sigue ladrando mientras el piso comienza a moverse y no sabes si esto obedece a los trenes o a algún temblor. Y eso que importa a estas alturas de la noche, porque esta noche pertenece más a los recuerdos violentos que la posibilidad que este movimiento pueda concebirse como sublime. No importa, te llames como te llames, ya nadie te recuerda. Nadie recuerda que hace dos semanas estabas de pie en una sala de clases exponiendo acerca del realismo sucio. O que hace un año la gente, al verte en la calle, asomaba una pequeña sonrisa de complicidad, como expresando la empatía con el joven talento que aparece en televisión. Y entonces piensas en esos recuerdos, ahora que estás solo y ahora que te sientes como siempre debiste haberte sentido.
no puedes soñar con un scrabble. no puedes soñar con una mujer que aplasta las letras en su palma y las mantiene durante varios minutos mientras tu elijes entre jilguero y reo. no puedes soñar porque lo que haces es repetir un juego en tu mente durante horas, mientras tu familia ha viajado a una fiesta y te has quedado solo. eso no vale. no vale porque las fiestas aburren y el scrabble divierte de maneras insopechadas. te levantas y viajas hacia el baño. te sientas y miras un pedazo de papel que te habla, sí, te habla, y te habla del carioca o del monopoly, y te da consejos sutiles sobre la forma de mover tus ojos o tus manos cada vez que te aburras lo suficiente para organizar otra partida en solitario de lo que sea que quieras jugar frente a un espejo o frente a una mesa limpia y vacía. y tienes todo el tiempo, porque tus padres te han dejado solo estas vacaciones y no tienes que rendirle cuenta a nadie. cierto, a nadie que se quisiera aparecer frente a tu puerta.
1.
No se llamaba Santiago pero sonaba tan bien, tan bien, que tuvo que quedar de esa manera. Fue, cómo decirlo, como una imposición divina. A veces, en las oscuras noches del casco histórico, tendíamos a pensar, con cierta frustración, que hubiesemos sido mejores personas con el mar mirándonos con cara de circunstancia (¿está bien decirlo ahora?). Pero no fue así, y desde esas noches soñé con el puerto, con una voz que me decía algo así como esto: "Oh, night like a golden monster"
2.
Primero las luces. Luego el sutil encanto de un atardecer for export. Luego las mujeres que miraban hacia el techo o hacia el suelo o hacia las cajas de zapatos. Luego los hombres que encienden y apagan velas con las manos y que terminan cada noche tocando con sus mejillas mesas mal talladas. Habían lugares que se escondían a sí mismos, y familias que ocultaban tragedias, verdaderas tragedias, a través de esas paredes que se confeccionaban cada tarde mientras una voz (me) decía "Oh, night like a red earthquake
3.
Después era el sueño, el sueño de verdad. Soñaba que mi madre dormía en el pasto mirando el mar y mi hermana se levantaba y fumaba y mi padre lloraba y mi abuela se tapaba la boca mientras yo escribía una canción sobre todas mujeres que había dejado en el puerto con la mano derecha levantada. Nada más que decir que las extrañaré. Que cada vez que huya del sol o de la lluvia o de la nada pensaría en ellas. "pasan sus cuerpos como estepas dormidas, se vuelven sombras bajo sus brazos, y escriben canciones sobre mujeres que no verán
4.
mujeres que se duermen de espalda; mujeres que despiertan gritando; mujeres que se resfrían; mujeres usan zapatillas sin cordones; mujeres que dice uve; mujeres que miran de reojo; mujeres que escriben resuelven puzzles en los taxis; mujeres que usan flores como marcapáginas; mujeres que coleccionan panes; mujeres que besan los panes; mujeres que se creen tontas; mujeres que tocan el pelo de los hombres; mujeres que comparan pestañas; mujeres fanáticas de un cuento desconocido; mujeres que sueñan con pinos; mujeres que sueñan con subir una escalera; mujeres que se duermen mirando un cuadro mal hecho; mujeres que hacen charquicán; mujeres que odian a las mujeres; mujeres que se duermen en la ducha; mujeres que te miran con cara de eres-tan-tierno-pero.
5.
entonces Santiago tuvo un puerto. Y eso fue suficiente para todos (sic)
hace algunos años mi hermana tenía una compañera que se llamaba muriel o mariel. la muriel quería ser modelo y mandaba fotos como loquita. no era fea. pues bien, un día llamaron a la muriel de la revista tú y le sacaron fotos y todo eso. le fue bien. el único problema es que tenía un diente muerto y estaba negro entero y se veía algo mal cuando sonreía. en fin, que salió la foto de muriel en la revista. le habían arreglado el color oscuro del diente con algo así como lo que hoy se llama photshop y salió re bien. antes le hubiéramos dicho que "la habían trucado". algo así como se sintió ese día ella, me siento hoy día.
mientras me aburro en una biblioteca y espero que sea mediodia, recuerdo la pregunta que escribí hace cuatro años cuando conocí a MH: ¿quién gana con todo esto? la respuesta se escribe en los resorts, en esas canchas de tenis que nunca usaré o en los saludos de mujeres que nunca pensarán en mi. digamos, uno nunca termina eligiendo lo que más ama: el brillo de los edificios, la música de cuatro acordes o las exigencias del porno. eso es tan fácil ahora. AHORA QUE LLEGO MH A CHILE. pero si te fijas nunca encuentras una respuesta. lo que se llevan cuando repites en la noche que eres una buena persona y que el dinero que gastas en divertirte es una inversión a largo plazo. pero todos lo saben. ya nadie lo pasa bien en las discos. ya nadie se divierte con esos coqueteos insulsos y sin sentido. y si le preguntas a MH qué pasa cuando te das cuenta de todo eso (o cuando bajas la cabeza y te das cuenta), no habrá nada más que explicar. porque después de MH, no hay música ni conciertos. menos esas noches en que pensabas que lo mejor era tener una amiga con la que acostarte y descansar tranquilo. puedes darle un beso y pensar en otra cosa. puedes domir de espalda y pensar en otra mujer. puedes escribir como si en verdad lo sintieras y el paso sigue, sigue, sigue, siendo el mismo. porque el sol se acabó, también los temblores, y el ruido de las metralletas que incitaban una pasión extinta. todo MH se reduce a esto: "desaparecido el contacto, se desvaneció el placer".
y lo repito, el turismo lo está cobrando.
puedes elegir entre tanto que al final terminas sin elegir. te quedas dentro de una tienda plagada de mujeres que cambian con el ruido de las olas y despiertan creyendo que han hecho algo perverso. Las tiendas no tienen nada que ver con eso, pero todo lo que pasa sucede dentro de ellas y no tienes por qué avergonzarte. tampoco de lo otro, porque si me escuchas, así como yo escucho ahora un taconeo incesante, te darás cuenta que la única elección posible está en esa tienda, en esa ropa, en esa bolsa que escoges con la dedicación de una madre. no tienes por qué venir a decir. no tienes por qué volver ni tampoco escudarte en viajes insulsos con gente que no conoces y con hermanas que se acuestan con el primer ex novio que se topan. podría ser todo más fácil que aquello. podrías haberte quedado acá. no sé si conmigo. porque en este instante, cuando escucho el sonido de las vigas de esa cama tres estrellas, parece que ni siquiera me hubieras conocido. no tienes por qué mentirle cuando la besas. ni tampoco entretenerte con las luces que se cuelan en las cortinas tres estrellas. no hay nada peor que hablar sobre eso. podrían ir mañana y comprarme una bufanda. podrían ir mañana y suspirar con su pelo al viento. si sé. soy amable con ustedes. pero eso lo saben. escriben diarios sobre eso, se revuelcan en la cama pensando en ello. así que olvídense y respiren lo suficiente antes de comprar. porque ustedes han nacido para esas tiendas, esas piletas, esas lluvias intermitentes que lo arruinan todo. lo escucho. tan claro como la voz de una de ustedes diciéndome al oído lo mucho que se odian cuando duermen juntas.