Cada cual con su rutina. En la pieza de al lado brillan los colores ante los reflejos de las luces del exterior. Las ampolletitas rojas que parpadean mostrando precaución o sexo. En ese mismo lugar dos mujeres miran como siempre que las cosas sigan como siempre. Cada cual con su rutina como una canción romántico sudaca. Repetía constatemente la idea de que existen sueños para cumplirlos, como si de eso dependiera su destino. Al frente, en su ventana, los cables de electricidad que el proyecto bicentenario quería ver bajo tierra. Si eso fuera cierto, los volantines ya no tendrían sentido. Retrocedió y miró la espalda de una de las dos mujeres, que seguía con el murmullo puertoriqueño. O que te perdones, o que lo ames porque se ama cuando se da la espalda y se entierran los cuchillos como boca de lobo. Entonces pensó en lo idiota de sentirse como rey, en el cosquilleo de la barba de dos días. Por último recordar el campo, donde no tienen sentido los volantines y se habla siempre de puntos malos. O de viajes constantes sobre buses interurbanos, y sus comidas correspondientes. La tarde pasaba aunque ya era noche y entonces lo mejor sería acostarse entre dos mujeres que no eran mujeres sino peluches de la hermana que había comprado en algún persa. Entonces tomaba las cartas que cuando se abrían sonaban, como en navidad. como las mismas luces de navidad
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