Nunca me importaron los caballos. En verdad sólo apostaba por la rutina. Por la copia. Por la copia a todos los escritores que no comían si no ganaban. Por eso no me importa mucho perder dos mil pesos cada tarde. Lo que importa es sentirme con ellos. Y Sentir el sudor obrero como algo lejano. Entonces el papel blanco. Teñido en tinta de impresora. Termina en el mismo basurero. Y uno se levanta de la silla y los mira a todos con cara fea. De yo sabía que el hueón llegaba placé. Entonces de nuevo pasa la vieja con olor a cloro. Con jabón de nana. Y te mira feo porque dejaste con barro el piso. Por último te vas y te tomas un jugo mientras caminas por una calle de la que hablan todos. Pero de la que ya no queda mucho. Sólo un montón de motos apiladas. Como si en ese lugar la añoranza de la juventud tuviera su única cabida. Caminé hasta que por fin vi a alguien subirse a una moto. Era roja. Te apuesto que era abogado. Si esos hueones todavía se creen jóvenes. Porque no tuvieron juventud. Puros libros aprendidos de memoria. Y mira si no tenía razón. El gil con su código civil en el morral con el que anda creyéndose púber. Te apuesto que se lo compró en esa feria artesanal de Santa Lucía. Y ahí el viejo salió. Con cara de ratón. Con el pelo corto como lo quería el jefazo. Y llega a su departamento mirando su biblioteca llena de todo lo que alcanza a comprar con su sueldo de abogado. Mejor no hablar de su ropa de abogado. Fíjate cuando veas la tele. Todos iguales. Con cara de reo. Con corte de milico. Por eso lo seguí. Aunque me di cuenta que no llegaría muy lejos. Si el hueón tenía moto. Y roja la huea más encima.Y que ahora con su depresión de mid-life. Se compró una moto creyéndose doctor house. Me carga hueón. Te juro que no lo soporté. Cuando lo vi de espalda corriendo con su moto limpia y cargada de gasolina o lo que sea que le echen a esas cosas. Entonces no lo vi más. Se fue. Pero yo alcancé a llegar a una iglesia a la que venía cuando chico. Y puta. Parecía el día del abogado porque todos andaban iguales. Aunque en verdad no se puede diferenciar entre un vendedor de seguros y un abogado.
Entonces me metí a la iglesia. De aburrido. Y de nuevo. Todos de terno. Todos terneados. Como dice mi papá. Que también anda terneado. Y me enseñó a hacerle el nudo a la corbata. Total que me arrodillé y pensé en los curas vestidos de ternos. Porque si vas a misa. Por último que pienses en los dueños de casa. Aunque quién sabe en qué piensa los terneados. No me creo esa que están preocupados por la pega. Están pensando en pajearse. O bueno. En llegar a la casa y hacer lo que tienen que hacer. Una buena culeaita. Y ahí me fui de la misa. Aunque en verdad no había misa sino una luz roja encendida. Pero lo que importa no es la misa sino que me fui de ahí. Entonces caminé de vuelta. Tomé la micro a mi casa. Y caminé mirando las ventanas de los departamentos periféricos. Las luces de las torres de los celulares. Las mismas luces rojas parpadeantes en lo alto de los edificios. Para que no choquen los aviones que vuelan bajo. Igual que en la misa. Igualito que en la misa.
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