Si hay gente que colecciona camisetas de equipos de futbol, latas de bebida, corbatas, pisapapeles, marcapáginas, panes o bolsos, deben ser porque algo buscan. En mi caso, he encontrado lo que busco con los libros. Y como buen coleccionador, no los leo. Apenas los toco. Sin embargo, sueño con librerías que no conozco, con subterráneos dedicados a no se cuál artista contemporáneo. Porque de eso se trata, de soñar con tu biblioteca o con la biblioteca de la escuela que recorriste cien veces buscando algo distinto a los ejemplares a las soluciones escolares. Y se trata de combinar colores, tomos. De elegir, de pasar por alto, de botar, de ordenar, sobre todo de ordenar en base a criterios que sean tan personales que todo el mundo o se rie o te mira feo. Pero, por qué no mirar feo a quienes construyen sus bibliotecas así como los arquitectos diseñan los edificios en que trabajamos.
Por último, se trata de mostrar. Porque, como sostuvo una encuesta británica el año 2004, las mujeres encuentran más atractivos a los hombres que leen literatura contemporánea que aquellos que leen clásicos o libros como Harry Potter o El señor de los anillos. Ese, justamente ese, es mi público objetivo.
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