pequeña novela americana

Sentado, como ahora, no lograrás nada.

Claro que no, si estás viendo la casa que arrendaste como si ya te perteneciera. Estás suponiendo que todo ya es tuyo, fruto de tu esfuerzo y sacrificio. Pero no es nada. Es sólo una casa básica arrendada en la periferia. Y escuchas de lejos los silbidos de la gente reclamando por algo que ni siquiera dimensionan. Escuchas también a los perros y a un loro que una señora compró con intenciones que todavía no comprendes. Pero piensas que eso es tuyo, que es inferior a ti, a un hombre que viene de vuelta, con intenciones claras y directas, usando el tiempo al máximo y disfrutando de las cualidades que ofrecen los suburbios. Y por eso te sientas, y el perro sigue ladrando mientras el piso comienza a moverse y no sabes si esto obedece a los trenes o a algún temblor. Y eso que importa a estas alturas de la noche, porque esta noche pertenece más a los recuerdos violentos que la posibilidad que este movimiento pueda concebirse como sublime. No importa, te llames como te llames, ya nadie te recuerda. Nadie recuerda que hace dos semanas estabas de pie en una sala de clases exponiendo acerca del realismo sucio. O que hace un año la gente, al verte en la calle, asomaba una pequeña sonrisa de complicidad, como expresando la empatía con el joven talento que aparece en televisión. Y entonces piensas en esos recuerdos, ahora que estás solo y ahora que te sientes como siempre debiste haberte sentido.