justo ahí

En lo mismo de siempre estaba Javiera cuando recordó que debía estudiar para mañana. Pensó en varias cosas: en un itinerario de mina responsable, en una cama hecha con sábanas limpias, y por último, en algún paquete de galletas de la despensa. Decidió que cada una de esas acciones sería excluyente, que el tiempo escaseaba y que era mejor matarlo con lo menos malo. Justo ahí, cuando se levantó del sillón de su padre, miró un cuadro viejo que su abuela había comprado en la feria. Era un bosque colmado de pinos con un río poco caudaloso. En la orilla caminaban unos campesinos con sus herramientas y sus camisas arremangadas. Dio media vuelta y se agachó para tomar las galletas y al levantarse sintió un leve mareo. “Nada importante”, pensó ella, “esto me pasaba siempre, sobre todo cuando iba a misa y tenía que pararme y sentarme”. Abrió su boca y comió, con la ansiedad de la que tanto se reían sus compañeras en el colegio.

Usualmente se caía cuando usaba las escaleras, por eso se asía de cualquier cosa que la pudiese sujetar. Así que cuando subió a su cuarto, recordó lo de las exclusiones y decidió botar el paquete de galletas. “O mi espalda o la gula”, pensó Javiera, aunque en verdad habría preferido lo segundo. A pesar de lo sola que estaba todavía sentía como si estuviera en Ahumada, rodeada de todos. Entonces el secreto nunca era privado y todo giraba en torno a eso, a las ganas de una pieza bien cerrada, tan cerrada como para que ni ella se mirara.

En el rellano había una foto familiar. Su padre la tomaba de la cintura, y ella pensó que en ese momento se debe haber sentido segura, y también un poco estúpida, con ese vestido rosado. Miró los ojos de su padre, que parecían retener toda la angustia de una foto espontánea en un casamiento. Justo ahí, frente a los ojos de su padre, la luz se cortó y la radio dejó de sonar. A ella en verdad no le gustaba mucho la música, pero qué se le va a hacer, pensó ella, las tardes son un cuadro mal puesto que no tomamos en cuenta, y si no tienes amigos, o ves el club de los tigritos o escuchas música.

En ese momento pensó que la palabra del día era excluyente.

Si había algo en abundancia en la casa eran las fotos. Javiera sostenía con su mano izquierda una de tantas luego de haber subido. Para variar, en la foto la misma mano la tomaba de la cintura mientras ella fingía tranquilidad. Vestirse de rosado, pensó, no sólo me hacía ver ridícula, sino que también me hacía una niña, o lo que todos lo tíos nombrarían como “un amor”. Cuando su padre lo decía, sonaba igual de convencido, pero ella sabía que no era así. Años atrás habría jurado que su vida era normal y envidiable. Podría haberme jactado, pensó ella, porque en esa época nadie tenía un vestido como el mío; pero en verdad, como se vestía de rosado, poco importaba lo que dijera, total es niña y las niñas son niñas, habrían dicho todos. Ahora, mirando la foto, creía que todo era excluyente, que si había dejado de usar los vestidos rosados era porque ya no podía sentirse como niña, ni siquiera como mujer, sino como una simple guatona que come galletas mientras su padre llega y la toma de la cintura.

No hay comentarios: